Hoy en día, sabemos que las emociones como el aburrimiento, frustración, rabia, tristeza, ansiedad o el estrés pueden actuar como desencadenante de una “ingesta emocional” condicionando un consumo impulsivo de determinados alimentos con elevada densidad energética en ausencia de hambre fisiológica. Esto crea una sensación de consuelo o falso bienestar que provoca arrepentimiento, frustración, culpa e insatisfacción.
Las “dietas de adelgazamiento” basadas en la restricción calórica y/o eliminación de grupos de alimentos que prometen perder mucho peso de forma rápida y sin esfuerzo favorecen el efecto rebote y aunque se produzca una pérdida de peso inicial (a expensas de la masa muscular y no tanto de la grasa, lo que favorece la flacidez y falta de tono muscular), lo cierto, es que el 95 % recupera el peso perdido.
Por otro lado, en las últimas décadas con el nuevo estilo de vida y desarrollo parece que hemos sufrido una pérdida de habilidades culinarias y conocimiento de los alimentos, qué son, cómo combinarlos y cuándo comerlos para mantener/conseguir una salud óptima.
La pérdida y control de peso corporal supone un abordaje integral basado en un objetivo realista y alcanzable. Además, esta pérdida de peso deberá ser gradual y sostenida en el tiempo.